De un tiempo a esta parte me propuse acercarme a los clásicos y contemporáneos que han marcado de un modo u otro la literatura de nuestro tiempo o tuvieron alguna relevancia en el suyo, es decir, cuando se concibieron, crearon y publicaron. 1984 es una de esas obras. Ya me acerqué no hace mucho a Orwell para desvirgarme con su prosa con la excelentísima y celebérrima Rebelión en la granja, por lo que su modo de narrar no era ajeno a mí. Eso sí, confieso que he ido a por lo más conocido de él y he dejado de lado sus otras diez o doce novelas. Bien. Pues llevaba detrás de encontrar un hueco para 1984 varios meses y, por fin, aprovechando la Pascua, he podido disfrutar de su lectura con el ritmo y dedicación que merece. Al leer la novela uno comienza a entender los adjetivos que se le cuelgan en los diferentes foros, literarios o no. Se le etiqueta de visionario, profeta y mucho más. Y no se equivocan. No del todo. George Orwell era el pseudónimo tras el que se escondía Eric Arthur Blair. Que lo mantuviese durante toda su vida puede darnos una mínima idea de la filosofía que imprime en sus obras: contar el presente desde una perspectiva alterada, ya sea animalizando a personajes de la época –como en Rebelión en la granja– o situándolos en un futuro no demasiado lejano para exponer la decadencia a la que sus políticas acabará por conducirles. Está claro que no puedo hablar del resto de sus obras, pero eso es lo que se refleja aquí. 1984 es una obra fría, pero demasiado cercana. Extrañamente, Orwell consigue esa cercanía imposible entre un hombre deshumanizado –casi del todo– de un tiempo futuro desprovisto de esperanza, pasión e individualidad y el hombre de nuestro tiempo –entiéndase «hombre» en el concepto general de la palabra que incluye también a la mujer–, supuestamente cargado de sueños, ilusiones y un ego independiente dispuesto a nutrirse de su entorno tanto como pueda y sin importar –no del todo– el colectivo como objetivo final. La novela se divide en tres partes muy diferenciadas, tanto por el contexto como por las emociones que transmite cada una de ellas. George Orwell, aquí al menos, no es un escritor que se demuestre optimista con la sociedad ni con el desarrollo de la política con fines altruistas, su visión en ésta, su última obra escrita y publicada, es pesimista y trágica. Lo mejor es que Orwell lo sabe y juega con el lector para darle una mínima esperanza, una posibilidad, que luego acaba por arrebatarle para pisotearla hasta hacerla trizas. Hay una tristeza en las páginas de 1984 que no compensa apenas esa chispa que lucha contra la dura oscuridad que se cierne en ese futuro imaginado. Un futuro que se parece peligrosamente al presente de algunas de las culturas que han pervivido desde la muerte del autor y que, quizá entonces, no eran siquiera un espejo de su novela pero que hoy lo son sin duda. Sociedades herméticas en las que no cabe nada que no sea dictaminado de antemano por sus líderes y dirigentes, en las que no entra más información que la permitida y de la que no sale nadie sino con los pies por delante, y ni con esas. 1984 es una pesadilla para la democracia e imagino a Orwell temblando de emoción y pavor en algunas de las escenas que relata. Puedo verlo frotando sus manos, sudando tal vez, mientras se empleaba a fondo para describir los sucesos de sus personajes. He tardado en leer 1984, pero creo que la espera ha merecido la pena. No sé si habría disfrutado de la novela en otro tiempo y, aún así, hay detalles que se me escapan. La prosa fluye ágil excepto –y lo lamento, pues me sumo a sus detractores en parte– en los lugares en los que Orwell transcribe algunas de las obras clave del mundo de 1984, como cuando nos ofrece extractos –algunos muy extensos– de «el libro» de Emmanuel Goldstein, el enemigo del Hermano Mayor y el Partido, o del Apéndice, ya al final del libro, en que desarrolla, bajo el título de Principios de nuevalengua, algunos conceptos de ese diccionario de «nuevalengua» tan mencionado durante el desarrollo de la novela. En «doblepiensa» –esto sólo lo entenderán quienes hayan leído 1984– esas partes son tan innecesarias para la lectura de la novela como inherentes a la misma, puesto que forman parte del proceso de creación. Y por eso mismo entiendo que, cuando propusieron «muy amablemente» a su autor que las suprimiera para su publicación éste se negara en redondo aludiendo que «un libro está construido como una estructura equilibrada y no pueden eliminarse fragmentos aquí y allá, a no ser que uno esté dispuesto a rehacerlo por completo […] En realidad, no puedo permitir que desfiguren mi obra más allá de cierto punto, y dudo incluso de que compense a largo plazo». El epílogo de Thomas Pynchon ofrece una perspectiva del autor y la obra a la que merece la pena acercarse antes de darla por finalizada. Es, en definitiva, una novela a la que merece la pena acercarse.
Víctor Morata Cortado
1984 de George Orwell / Título original: NINETEEN EIGHTY-FOUR / Traducción: Miguel Temprano García / Editorial: Debolsillo / Colección: Contemporánea / Género: Novela / 352 páginas / ISBN: 9788499890944 / 2013
El epílogo es (casi) mejor que la novela. La has descrito de forma muy nítida.
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