¿Cómo hablar de Voces de Chernóbil sin caer en el catastrofismo? ¿Sin parecer un sensiblero o un conspiranóico? No se puede. No. Svetlana sabía lo que hacía cuando reunía estos relatos –monólogos los llama ella, aunque haya parcelas de diálogo o apuntes dramáticos– y los lanzaba al mundo. Lo que no sabía, quizá, es que iba a ser la ganadora del Premio Nobel de Literatura este pasado 2015. Ignoro cuantas de estas palabras han sido retocadas o adaptadas por la autora –si acaso las ha habido– y, sin embargo, las hace tan suyas que todo adquiere una única voz, una voz propia, aunque sean todas ellas una representación de esas Voces de Chernóbil que hablan cuando el tiempo ya ha suavizado el estigma y todo ha adquirido una extraña pátina de normalidad. Son voces con relatos desgarradores y, aunque sea un tópico, es así. Te desgarran por dentro. Te sajan el alma y te revuelven los intestinos. «El 26 de abril de 1986, a la 1 h 23’ 58”, una serie de explosiones destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica (CEA) de Chernóbil, situada cerca de la frontera bielorrusa. La catástrofe de Chernóbil se convirtió en el desastre tecnológico más grave del siglo XX». Este es uno de los párrafos que nos ponen en antecedentes a través de las notas históricas recogidas por la autora. Diez años después, se dedica a visitar a los afectados por la tragedia y rescata sus impresiones. Es entonces cuando empezamos a sufrir. No hay relato que no sea duro. No hay palabras que no te hagan contener la respiración. Es entonces cuando uno se da cuenta de la miseria en la que vivimos, de lo inhumana que es la política y de cómo se sirve de la vida de otros para satisfacer la suya propia. Porque la política aquí es importante. De ella dependieron muchas de las vidas que ya no están. Sus gobernantes pudieron hacer más de lo que hicieron. Lo supieron entonces. Hubo quienes les alertaron, quienes pidieron que se tomaran medidas, quienes se preocuparon de hacer correr la voz aún a riesgo de ser encarcelados. ¿Y qué hicieron ellos? Se preocuparon de poner a salvo a sus familias, de tomar precauciones médicas y evitar el acercamiento al reactor y la zona afectada, de organizar un reclutamiento «voluntario» al que nadie podía negarse sin recibir serias amenazas. Gorbachov tardó nueve días en visitar la zona. Los comunicados de radio y televisión llevaban un único mensaje: «todo está bajo control, tranquilícense». Falso. Fue una tragedia que se gestó poco a poco. Liquidadores, bomberos, voluntarios… Animales, hombres y mujeres, ancianos y niños… Al principio no lo notaron. Luego empezó la epidemia de enfermedades contraídas por la exposición a la radiación. El cáncer. Un cáncer terrible. Como ninguno. El desamparo. Algunos trataron de huir de la zona afectada y fueron señalados, eran los «apestados» de Chernóbil; nadie quería trato con ellos. Otros decidieron, para eludir esta segregación social, quedarse donde estaban; al menos, se decían, no les discriminarían por ser quienes eran, víctimas de una catástrofe que no eligieron. Comenzaron a morir de forma atroz. Algunos –niños incluidos– ni siquiera soportaron la amarga agonía y se quitaron la vida. Muchas familias quedaron a la deriva. Perdieron a sus hombres. Algunas, muchas, también a sus niños. Más de 200000 abortos se sucedieron a raíz de la tragedia. 200000 almas que no vieron jamás la luz. Hombres y mujeres perdieron también la oportunidad de ser padres. Chernóbil se llevó la alegría y la vida. Y dejó pueblos enteros a mesa puesta, con la ropa tendida, con la cama a medio hacer… Evacuaron a miles de personas que no pudieron regresar al hogar. Y en el hogar quedaba toda una existencia que acabaría bajo tierra, sepultada por toneladas de tierra radiactiva. Los animales se quedaron. También acabaron con ellos. Uno no puede imaginar lo que debió suponer para toda aquella gente. Pero Svetlana Alexiévich, sin duda, se encarga de acercarlo lo suficiente como para que podamos sentirlo aunque sea en una mínima porción. Mínima pero no indolora. Imágenes brutales, sin censura, que diez años después pudo recoger de boca de sus protagonistas. Ya no tenían miedo. Ya no les iban a callar. No tenían nada más que perder. Voces de Chernóbil es un gran libro para descubrir cuán ruin puede ser el ser humano, pero también para admirarnos de su capacidad de sufrimiento, su fortaleza ante la adversidad y su superación. Un libro no apto para mentes y corazones sensibles, hiere la sensibilidad. Es cierto. Hay imágenes que ya jamás podré borrar. Y aún no sé si es una suerte o una desgracia. Pero no las olvidaré.
Víctor Morata Cortado
VOCES DE CHERNÓBIL de Svetlana Alexiévich / Título original: TCHERNOBYLSKAIA MOLITVA / Traducción: Ricardo San Vicente / Editorial: Debate / Colección: Debate / Ensayo – Testimonio / 408 páginas / ISBN: 9788499926261 / 2015
Un excelente artículo y reseña, este libro es una joya histórica y literaria poco comparable. Saludos 😊
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No ha habido libro que más me haya conmovido en mi vida que este de Svetlana. Conmovedor y a la vez muy triste.
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