Los personajes de ficción y los que lo son pero podrían no serlo, han de tener el sello de la credibilidad. Muchas veces lo logran por sí mismos pero en muchos casos nos encontramos con tipos tan extremos en alguna de sus particularidades que el autor, literato o cineasta, da igual, debe buscarle un contrapeso. El ejemplo más rápido para entender a dónde quiero ir a parar es el de Quijote y Sancho. Deformando, estirando, alterando o reinventando este tipo de relación, aparecen en cine, donde me voy a centrar, parejas similares. Saltando tiempo, espacio, gustos y géneros. Cervantes fue un fenómeno pero no pudo dejar escrito un diccionario de variantes de este tipo de simbiosis que logran algunas parejas.
En principio suele aparecer el protagonista principal que lleva el peso de la historia y que se queda con los laureles de la fama pero, acto seguido se nos presenta a su compañero que, por lo general y no sé por qué, es menos agraciado, más bajito, de menos nivel pero con un sentido común que le permite ver las cosas con una claridad que, en muchos momentos salva la orientación de las acciones del héroe o, simplemente, restaña sus heridas físicas, mentales, sentimentales…
Voy a apuntar algunos, relacionados con el cine y a veces con la literatura que, por dispares que parezcan tienen un fondo común. Quizá hay casos en los que es muy en el fondo. Tal vez lo vea sólo yo pero para eso tenéis la potestad de disentir, silbar, patalear y, en último extremo, saliros del texto.
Si empiezo cronológicamente desde principios del siglo XX, un buen arranque es el que nos proporcionan Stan Laurel y Oliver Hardy. Es difícil discernir en este caso tan peculiar quién apoya a quién. Más parece quién hunde más a quién… Gran química frente a las cámaras y no tanto en su vida personal. Hacían del fracaso un arte. Difícil ser tan patán y entrañable al mismo tiempo. Para que no se me vaya la referencia literaria de rigor, en Triste, solitario y final Osvaldo Soriano nos presenta a un Stan Laurel que busca respuestas a través de Marlowe y del propio Soriano que se mete en la narración. Curiosa ensalada muy bien resuelta y que vale la pena leer. En los casos de Harold Lloyd o Charlot –el personaje, no Chaplin el cineasta– solían estar tipo Cooper solos ante el peligro. Quizá pocos partenaires hubieran estado a la altura. De este modo dejamos el cine mudo y, adentrándonos en el espectáculo vemos una figura similar a la expuesta y que viene de la tradición del payaso tonto y el listo. Me refiero a las parej as del entertainment americano hasta mediados de siglo. Ejemplos claros Bing Crosby con Bob Hope o Jerry Lewis con Dean Martin. Superado el periodo lanzadera que esos duetos tuvieron para sus carreras, la mejor decisión fue separarse. Una separación a tiempo es una victoria. Lo fue para Martin y para Crosby. No le lució igual el pelo a Abbot y Costello, Pajares y Esteso o ¡¡arrrrg!! Lusson y Codeso. Los ejemplos patrios nos ayudan a entender el horror.
En las novelas negras, suele darse mucho el caso del ayudante útil como Biscuter para Pepe Carvalho y no digamos Watson para Holmes por poner un par. Saltando al cine, en El Crack, gran película de Garci –sí he dicho gran película– vemos dos tipos de apoyos, el del teórico compañero traidor, Miguel Rellán, o el barbero de la sala de boxeo que es una especie de mezcla entre paquete tamaño familiar de Kleenex y confesor con tendencias al autobombo.
Un saltito más y vemos casos como los de El Padrino, la influencia del consejero y abogado de la familia que, aunque no tenga la última palabra, ayuda a templar los ánimos. Excepto los de Sonny, claro, qué chico tan fogoso… Otro escudero de la Familia es el gran, en todos los sentidos, Clemenza. Con qué ternura, ojo spoiler, prepara a Michael para su primer «trabajo». Antes de irnos a la ficción más ficción, destacaría dos personajes de apoyo al enorme Jepp Gambardella, Toni Servillo, en La Gran Belleza: su amigo Romano y su diminuta jefa y confesora. Diálogos impagables cuando está cualquiera de las dos parejas vis a vis. Con Romano nos sumimos en el pesimismo y la derrota y sin embargo desde su escaso metro veinte a más estirar, la jefa insufla optimismo y buenos consejos.
Un caso diferente es el de la escudera. Habitualmente, en el cine rancio, aporta belleza y cariño para que el héroe se refuerce como si hubiera comido un tarro de espinacas. Son por ejemplo las chicas Bond, las clásicas como Pussy Galore en Goldfinger, por ejemplo. En las películas de 007 sabemos que la primera en colaborar, muere, y la siguiente le acompaña hasta el desenlace. Un punto muy a favor para cambiar en lo posible, nunca podrá ser del todo, el machismo de la serie, es el papel de M, Judi Dench, en Skyfall. Ella es la auténtica chica Bond del film y hace trabajar a Bond hasta el final en el que se nos desvela, otro spoiler, un amor materno filial que tenían escondido tras el sarcasmo y la ironía de sus diálogos.
Por último, parece que en el futuro o hace muchos años, en una lejana galaxia, también encontramos estos papeles. El de la replicante Rachael, Sean Young, es similar al caso de las peripecias del agente del MI6. Los Jedi van de dos en dos, maestro y padawan, al margen del presidente del consejo de administración, Yoda. Así vemos pasar el testigo de Obi-Wan Kenobi primero o después, aquí nunca se sabe y depende del orden en que uno haya visto la saga, a Anakin o a Luke. A su vez, Kenobi recibió el testigo de un poco creíble Liam Neeson, no por culpa suya si no porque es con diferencia el peor episodio que ha parido madre, perdón, Lucas. En un alarde de originalidad, los Sith también son maestro y aprendiz. El emperador lleva la batuta aunque antes de serlo tiene varios discípulos mientras «sigue con atención» la trayectoria de Anakin, a la postre Darth Vader. Un curioso dato. Cuando un personaje marca y tiene el éxito y perdurabilidad de Vader es por que impacta y está bien construido. La curiosidad es que leí hace poco que en la primera película, o sea el Episodio IV, sólo aparece 12 minutos. Lo mismo vale para Hannibal Lecter en El silencio de los corderos que con 12 minutos también, se lo come todo. Literalmente. Iba a completar los escuderos galácticos con dos casos que no necesitan explicación: Chewaka y Han Solo y R2D2, que es el que manda, y su larguirucho acompañante C3PO. Parecen el negativo de los ya citados personajes de Cervantes aunque el androide de protocolo copa toda la imbecilidad. Conste que me gusta desde los doce años, cuando se estrenó Star Wars, pero no hay que tragar con todo.
Acabamos con una de mis licencias nostálgicas que no sé si me permitís o no pero la suelto igual: Tintin y Haddock. Desde la aparición del rey absoluto de esta colección de cómics en El cangrejo de las pinzas de oro, vamos viendo una evolución. Al principio el Capitán es un engorroso comparsa pero conforme pasan los álbumes, va ganando peso y personalidad y me costaría pronunciarme sobre quien es el capo y el preferido por la «audiencia». Me consta que en Change.org hay una petición para enviar al contenedor a Hernández y Fernández junto a Jar-Jar Binks y C3PO…
Bueno, ya he sido lo suficientemente malo por hoy.
José A. Valverde
Un comentario en “Escuderos ¿cervantinos?”