Uno siempre se pregunta a la hora de afrontar un clásico si tal mérito radica en el fondo por ser una obra de calidad o, por el contrario, por su pervivencia a lo largo de los años y consecuente llegada hasta nuestros días. Quien compartiera siglo, e incluso década, con Melville habría augurado, además con certeza y grandilocuencia, que Moby Dick no perduraría más allá de la moda del momento y la fama –poca o, al menos insuficiente– que le reportó tal novela a su autor. Y tal vez hubiera sido así en vista de lo sucedido con Melville, que llegó al final de su vida en el más absoluto abandono y comido por la miseria. Su obra cayó en el olvido durante unas cuantas decenas de años y no fue hasta mediados del siglo XX que resurgió como ave fénix para destacar y quedarse en los anaqueles en un lugar, digámoslo así, privilegiado entre los clásicos. Ahora bien, no es oro todo lo que reluce.
Si bien Moby Dick es una novela encomiable, perfectamente escrita y con una calidad literaria a la altura de su fama, a mí me ha dejado un tanto frío y, confieso, de no ser por el gran trabajo de la editorial Sexto Piso, en cuanto a traducción e ilustraciones, tal vez ese barco se habría hundido a pocas millas de puerto. Al comienzo, la novela me atrapó. Fueron las primeras ciento cincuenta o doscientas páginas, que rebosaban un estilo más o menos dinámico y, tal vez, con una imaginería adelantada a su tiempo, exótica y fuera de los paisajes clásicos. Pero entonces el autor empezó a transformar la novela en un tratado sobre la ballena, en un ensayo en el que ofrecía todos los conocimientos adquiridos sobre el animal: su anatomía, dimensiones, comportamientos, hábitats, singularidades, diferente clasificación por especie, etc. Así como sobre las artes de su caza. Para rizar aún más el rizo, Melville se permite relacionar religión, filosofía, geografía e historia con este descomunal mamífero, lo cual no es tan pesado como cuando expone el catálogo de medidas y tamaños hasta de los órganos internos del cachalote o la ballena de Groenlandia. Otro aspecto que, a mi parecer, resta dinamismo y frena la novela es la sobrecargada dramatización de los diálogos y monólogos. El autor incluso realiza acotaciones teatrales para dar paso a una escena o ubicar al lector/actor. Puede que en su época fuera una convención aceptada y alabada, pero a mí no me ha gustado especialmente. Al igual que el comienzo, las últimas ciento cincuenta páginas recobran el dinamismo de la historia –por otra parte normal, ya se han volcado todos los conocimientos sobre Moby Dick y sus familiares acuáticos, incluso aquellos que habitaban la era preadánica como apunta el narrador– y nos llevan al final con ímpetu y deseo. Me ha costado acabar la novela, pero no ha sido un esfuerzo infructuoso. En cierta medida se disfruta de la jerga marinera y de la información desvelada en estas páginas. Como documento histórico no tiene precio, dada la cantidad de datos y detalles sobre la época, tanto en pensamiento como en acción. También es un reflejo pormenorizado de la vida del ballenero y de lo que se pensaba al respecto en ese tiempo. Una novela que estaría por encima de una puntuación buena, pero que alcanza el notable, como decía, merced a esta edición que nos ofrece Sexto Piso con sugerentes ilustraciones de Gabriel Pacheco y una más que acertada traducción –empecé leyendo otra versión y creedme si os digo que dista mucho de ser tan lingüísticamente asequible como esta– de Andrés Barba. Recomendable para acercarse a los clásicos y, sin embargo, no apta para inquietos e impacientes.
Víctor Morata Cortado
MOBY DICK de Herman Melville / Título original: MOBY DICK / Traducción: Andrés Barba / Ilustraciones: Gabriel Pacheco / Editorial: Sexto Piso / Colección: Sexto Piso Ilustrado / Género: Narrativa / 760 páginas / ISBN: 9788415601432 / 2014