No soy partidario de ningún tipo de discriminación sexista, ni siquiera de la positiva ya que denota un trato diferencial por ser mujer que no tiene por qué darse, obviamente. Es cierto que en otro tiempo, cien años antes por ejemplo, es inevitable separarlas por su condición de pioneras y para resaltar el mérito añadido de triunfar en campos o profesiones hasta entonces vedadas.
Hoy voy a hablar de cinco relevantes figuras de la historia de la fotografía que, además de serlo, añadieron su visión y esfuerzo al abrirse paso en el entramado sociocultural de sus respectivas épocas y estar actualmente al nivel de los grandes de todos los tiempos.

Por intentar darle cierta coherencia al desfile, lo haré por orden cronológico. La primera que traigo es Dorothea Lange (1895-1965), nacida en Hoboken, bendita ciudad cuna veinte años después de Francis Albert Sinatra. Lange quedó inmortalizada, como sus imágenes, gracias al espléndido trabajo que realizó durante la hambruna de los años ’30 que llevó a muchos emigrantes del medio oeste americano hacia California. Allí se encontraron las penosas condiciones que describe la obra de Steinbeck posteriormente llevada al cine por John Ford, «Las uvas de la ira». Su imagen de la madre emigrante es sin duda una de las más reproducidas y reconocibles cuando se habla de fotografía. A su estilo se le llamó realismo social, clasificación bastante sencilla de hacer. Steinbeck publicó, antes de la novela, una serie de artículos periodísticos recopilados hace unos años por Libros del Astroide bajo el título «Los vagabundos de la cosecha», salpicados de fotografías de Lange. Muy recomendable.

Hay que hacer mención aunque por distintos motivos, dentro de esta relación, a una berlinesa nacida en 1902, Leni Riefensthal. Las innegables dotes artísticas de esta genio, lamentablemente, de la propaganda dejaron una serie de trabajos como la llamada «trilogía de Núremberg» años 33, 34 y 35 y su «Olympia ’36» enalteciendo los juegos de Berlín y por tanto a su funesto líder. Pocos expertos en publicidad del siglo XX habrán logrado su objetivo con tanta precisión. Naturalmente al acabar la guerra, se desdijo y adujo que sólo compartió ideología muy al principio pero que lo suyo fueron simplemente trabajos que respondían a encargos que no se podían rechazar. Su estrecha relación con la máxima cúpula del Régimen, y su inicial negacionismo del Holocausto la despojaron lógicamente de su prestigio profesional por el que hasta Disney, Walter, se había interesado antes de la contienda. Hizo borrón y cuenta nueva, como tantos, y desde el 48 quedó sin cargos. Posteriormente hizo trabajos relevantes en África con sus famosas fotos de los Nuba y otros temas totalmente asépticos.
Pasando página encontramos a dos americanas, una de nacimiento, Eve Arnold y otra de adopción, Inge Morath, que lanzaron entre otros compañeros a la Agencia Magnum como la más reputada en fotoperiodismo. Arnold fue casi fotógrafa de cabecera de Marilyn Monroe, encontraréis libros estupendos y Morath siguió un camino un poco más complejo. Me voy a detener en ella como símbolo de una de las épocas que en lo estético y cultural, más me atraen de los Estados Unidos: los años cincuenta y primeros sesenta.

La figura de Inge Morath fascina, no sólo por su espectacular legado sino también por su trayectoria vital y personalidad. A lo largo de su vida se vio obligada a dar giros y tomar decisiones que marcarían las tendencias en su profesión y los destinos de personalidades muy influyentes de la cultura americana.
Nacida en Austria en 1923 huyó de Europa, como tantos otros, escapando de la barbarie. Se instaló en Estados Unidos, país del que conseguiría posteriormente su nacionalidad.
Su dedicación a la fotografía empezó en 1951 y daría un firme paso adelante ingresando en la Agencia Magnum en 1955. Insignia del fotoperiodismo, la Agencia le permitió realizarse como profesional y aportar nuevos enfoques buscando no sólo realidad, también poesía a sus imágenes.
Incansable viajera, hizo reportajes muy valiosos actualmente como documentos de un tiempo pasado y distinto. Ver el Irán de los años 50 o disfrutar de sus viajes a China y Rusia con su marido, Arthur Miller, que añadía sus textos.
Para llegar a este punto hay que saber que el cine tuvo mucho que ver. Magnum envió a varios fotógrafos al rodaje que llevaba a cabo John Huston en Nevada sobre un guión de Miller.
El atractivo del proyecto, que estaba aderezado con la presencia de Clark Gable, Montgomery Clift y Marilyn Monroe, radicaba en que el autor buscaba satisfacer a su segunda esposa, la mencionada y rubia estrella, y darle un papel a la altura de sus pretensiones intelectuales que no eran lo que había hecho hasta la fecha. La película acabaría siendo grandiosa y entraría en la leyenda por ser la última protagonizada por los tres actores mencionados puesto que fallecerían poco después por diversas causas. Se trata de «The Misfits» conocida en España como «Vidas rebeldes».

En el rodaje se dio la paradoja siguiente, Marilyn consiguió un gran papel, para mí el mejor de su carrera, y perdió un marido. Arthur Miller acabó con un matrimonio ya muy desgastado y convirtió a Inge Morath en su tercera y definitiva esposa. Cuarenta años de fructífera convivencia y colaboración les esperaban.
Los principales trabajos de Morath están relacionados con el costumbrismo y la fotografía documental captada durante sus viajes. A los mencionados hay que añadir uno dedicado a la España de los años 50 en el que se centra en el folclore y la religión que rezumaban por entonces por todos los poros de la sociedad española.
Gracias a su buena red de relaciones con los intelectuales americanos, hizo trabajos conjuntos con figuras tan significativas como Saul Steinberg y retrató a celebridades de todos los ámbitos.
Por último y saltando al presente, nombrar a Annie Leibovitz es casi obligado. Es la profesional mejor pagada de su ramo y si bien partes de su trabajo relacionadas con revistas de moda o famoseo parecen menos relevantes, su obra conjunta es muy sólida. Mujer muy destacada en lo artístico, intelectual y personal. Sin duda sus palabras acerca de su compañera Susan Sontag y los retratos íntimos de los últimos días de esta, dejan entrever una calidad humana excepcional.
Hasta aquí hemos llegado. Hoy nuestras protagonistas daban para mucho más pero seguramente vuestros ojos agradezcan el punto final.
José A. Valverde
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