Durante la primera mitad del siglo XX, en el tránsito que el mundo de la pintura realizó de los «ismos» a las vanguardias, encontramos la anómala figura de Edward Hopper. Pintor estadounidense de gran popularidad a día de hoy y de gran influencia en campos ajenos al suyo como el cine o la literatura. Digo anómala porque se mantuvo, junto a algunos otros como Rockwell, ajeno a las tendencias que iban imperando y se enrocó en unos temas muy particulares y distinguibles, siempre cercanos al realismo y huyendo de la abstracción. Esto no impide que muchos de sus cuadros tengan un fuerte contenido simbólico. Plasmó la vida americana de la primera mitad de siglo de una manera que, al conocer su obra, encontramos referenciada en muchas películas.
No sabría decir si fue primero la gallina o el huevo o simplemente que las cosas eran así. Es inevitable no relacionar su «Nighthawks» con el bar del principio de «The Killers» película dirigida por Robert Siodmak en 1946, posterior al cuadro, que supuso el debut en papeles protagonistas de Ava Gardner y Burt Lancaster. Su arranque es muy fiel a un relato de Hemingway del mismo nombre. Lo mismo podríamos decir de la casa que alojó al Motel Bates de «Psicosis», cumbre del cine de suspense, y que el propio Hitchcock buscó tomando como referencia uno de los cuadros de nuestro protagonista de hoy. Como vemos, hay muchos más ejemplos, la penetración de su imaginario en la cultura popular fue enorme y es actualmente muy valorado.
Más allá del recuerdo y el repaso de la obra de Edward Hopper, lo que traigo hoy es una visión distinta: libros que nos ayudan a entender mejor al hombre y el significado de su obra. Sin entrar a mencionar los muchos que están disponibles con reproducciones de sus más célebres pinturas y que, sin duda, también merecen atención.
Empezaré por una joya editorial realizada por Elba con un gusto exquisito. «Escritos» de Edward Hopper. Es un pequeño volumen en el que aparecen reflexiones y comentarios del pintor, muy bien escrito y que roza prácticamente la filosofía. De hecho, es estética en sentido puro. Lo primero que leemos de su pluma es: «la única cualidad que perdura en el arte es una visión propia del mundo».
Son setenta y seis páginas de media cuartilla pero valen la pena.
Para seguir entendiendo las claves del estilo y las obsesiones y temas del pintor, nada mejor que hacerse con un ejemplar del libro del poeta americano Mark Strand, recientemente fallecido y amigo de Hopper, publicado por Lumen. El título es «Hopper». En él encontramos pequeñas reproducciones de cuadros y el comentario de Strand sobre los mismos. Al menos en mi caso, fue muy útil para verlos de otra manera y entenderlos mejor. El porqué de sus aterradores bosques, de sus perspectivas que no llevan a ningún lado, del uso frecuente del contraste del interior y el exterior de las viviendas o establecimientos… Si os lo podéis regalar, a por él.
Por último destaco algo totalmente distinto: «Las historias secretas que Hopper pintó» de Erika Bornay editado por Icaria y con «Automat» en portada. En él, como es de prever, la autora imagina una historia a partir de cada una de las obras elegidas.
Los que sigáis esta columna me habréis alguna vez leído que huyo siempre de las sinopsis, críticas y cualquier reseña que avance algo relativo a novelas, películas o temas que me interesen. No quiero tener pistas y descubrirlo para bien o para mal. Lógicamente en este caso, prefiero imaginar yo mis propias historias, que no son siempre las mismas, al contemplar una pintura de Hopper. Por tanto, confieso que lo compré por puro fetichismo y que no lo he leído. Tal vez a vosotros os apetezca.
José A. Valverde