Esclavo

Esclavo-moribundo
Esclavo que despierta, de Miguel Ángel (1513 – 1520). Museo del Louvre de París. 

Pues no señores. No tengo teléfono móvil. Y si la memoria no me falla no lo tengo desde el diez de marzo del año pasado.

Digo yo que será difícil para algunos creer que un señor entrado en los cuarenta, supuestamente (digo bien, supuestamente) cosmopolita y moderno, se prive ,motu proprio, de los tangibles deleites que proporciona toda esa información de bolsillo, cuando ahora es mucho más fácil y barato hacerse con un esmarfon trifásico de cuartísima generación que con un buen chuletón de cerdo ibérico para la cena.

Aquel diez de marzo estrellé el móvil contra la pared, y lo hice preso de un ataque de nervios. Cuarenta y siete mensajes de voz y otros tantos de texto, setenta y tantas notificaciones de las redes sociales, y no sé cuantos emails tuvieron la culpa. Tanta implicación mediática, todo tan inmediato, tan poco selectico, y tanta sobre-infra-información, tanto y tampoco de todo, que exploté. Me sentí por un momento esclavo de/a un mundo que no me gustaba. Es como cuando de pronto te llama follaamigo, o cualquier otra lindeza, tu novia, tu pareja o tu amante, no duele la expresión en sí, sino la revelación que lleva implícita esa palabra. Yo, al igual que ese doliente enamorado al que han llamado follaamigo, fui abrazado por mi propia imbecilidad, preguntándome cómo pude engancharme a algo tan churrigueresco como es la “inopia”.

Recuerdo muy bien la cara de asustado de mi amigo Xavi cuando le dije que había esclafado el Iphone contra la pared, me preguntó que qué haría ahora sin mi agenda de teléfonos y contactos, con lo importante que es eso para un escritor (sic). Yo, claro, le miré desconcertado, más que nada porque no encontré la relación , aún hoy no la encuentro, entre “importancia-escritor-agenda”, pero armé mi cara de condescendencia y le afirmé, sin puñetera vergüenza, que mis amiguetes, todos ellos, tienen su vida colgada en internet y por ende es fácil hacerme con sus señas si las necesitara para algo; que a mis agentes y editores, para localizarme (y pagarme), les basta mi teléfono fijo, mi email, mi dirección postal y mi cuenta corriente; que mi mujer y mi hija sí tienen celulares (este sinónimo de teléfono móvil me encanta) con los que “enganchar” a la familia entera en la vida moderna y estar eternamente localizados; y que no hay problema si necesito el número de ese restaurante de Alicante donde hacen tan buenas paellas, o de aquel otro hotelito de Soria con bañera de hidromasaje, ya que con poner en cualquier buscador de internet las palabras justas aparece, más pronto que tarde, el teléfono, la dirección y las opiniones de los últimos diez clientes del restaurante o del hotel de marras, con foto incluida, para más inri…

En fin… que uno es muy rarito. Ya me lo dice mi madre…

José Antonio Castro Cebrián

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6 comentarios sobre “Esclavo

    1. Pues ahora que lo dices, quizá ese sea uno de los pocos «placeres» que eche de menos de aquella remota época en la que yo poseía un «celular». Muy agudo Salva, muy agudo, sí señor…

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