Halid

la foto-13Veinticinco de diciembre de dos mil catorce. Navidad. Hoy quisiera hablaros de un amigo, de Halid.

A Halid le conozco desde hace más de quince años. La primera vez que le vi fue en las oficinas donde yo trabajaba, por aquel entonces yo era jefe de administración en una exportadora de productos hortofrutícolas. Halid acababa de aterrizar en el pueblo, eso sí, después de dar muchos tumbos por los invernaderos de Almería, por el campo de Cartagena y por las huertas de la Vega Baja.

Buscaba trabajo; de lo que fuera. Aún recuerdo con nitidez el tono apasionado que le puso a su castellano muy deficiente: “yo trabaja duro y tú paga poco”. Se le contrató de inmediato, por supuesto; a las pocas semanas se le regularizó su permiso de residencia y al poco el de trabajo. Unos años después, no recuerdo si dos o tres, aprovechando que yo bajaba a Tarifa de vacaciones, Halid se vino conmigo en el coche: aquellas eran sus primeras vacaciones como emigrante marroquí “legal” en España, y tenía pensado coger el ferry Tarifa-Tánger. Recuerdo que cuando pasamos por El Mirador, rebasada ya Algeciras y muy cerquita de Tarifa, a Halid se le pusieron los ojos rojos como tomates y empezó a llorar. Al preguntarle el por qué de su llanto, me contestó que acabábamos de pasar por el punto exacto en el que arribó la patera en la que él y otros veinte “espaldas mojadas” cruzaron el estrecho de Gibraltar años atrás.

Esa fue la primera vez que le vi llorar; y podría haber sido la única, de no ser porque este martes pasado la casualidad quiso que volviera a ver llorar a Halid, o acaso otro Halid igual de ardiente o humano, que más da. Esta vez su llanto era mucho más angustiado, tenía rabia, pena, dolor, mucho dolor. En uno de esos programas que repasan los acontecimientos más importantes y las tragedias más sonadas del año, emitían un reportaje sobre los tristes sucesos que acaecieron en la frontera marroquí el pasado mes de febrero. Mi sorpresa fue ver a Halid en la tele, al otro lado del “tubo de rayos catódicos”, llorando desconsoladamente frente a la mortaja de un ser querido, de un hermano, un primo, un tío o un amigo. Halid lloraba a uno de los quince “indocumentados” que perecieron intentando cruzar la divisoria ceutí el pasado seis de febrero de este año; lo más trágico de todo es que consiguió pasar la frontera, su cadáver lo encontró la Guardia Civil en las inmediaciones de la playa de La Almadraba, ya en aguas jurisdiccionales españolas…

Veinticinco de diciembre de dos mil catorce. Navidad. Hoy quisiera hablaros de un amigo, de Halid.

Aún recuerdo con nitidez el tono apasionado que le puso a su castellano muy deficiente (…) Maldita miseria…

Dedicado a todos los Halid del mundo.

José Antonio Castro Cebrián

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