Cuando cae en mis manos un libro de tamaño grosor cabe rezar una oración para que sus páginas no se conviertan en una insufrible tortura, porque tengo la fatal manía de acabar todo aquello que empiezo, sobre todo cuando se trata de lecturas. Hay ocasiones en que apenas cincuenta o cien páginas pueden suponer una tarea tediosa, titánica casi, frente a otras en las que unos cuantos cientos no son más que un dulce paseo por las letras y la fantasía. «El jilguero» se encuentra en este segundo grupo y doy mil gracias por ello; no quiero ni imaginar el tremendo esfuerzo con el que habría tenido que lidiar de tener que escalar una montaña tan alta sin el apoyo de un buen equipo. Fuera ya las metáforas facilonas y demás, decir que he acabado encantado esta lectura. Bueno, encantado y al mismo tiempo apenado, ya sabéis, esa dulce agonía del fin de una buena novela que te deja ese regusto amargo, esa necesidad de acabar y, al mismo tiempo, cuando lo haces, de que siga adelante. Eso es lo que me ha sucedido con Donna Tartt y su novela: cuanto más leía, más quería saber y, cuanto más sabía, más temía el final. Pero llega. Y no lo hace en una explosión de clímax repentina y efervescente, sino lánguidamente, apenas como una mera anécdota vital que resta importancia al largo y tortuoso viaje del protagonista. Un desenlace que aparece como una triste victoria que viene a confirmar aquellos versos sobre Ítaca en los que ensalzaban el camino muy por encima de la meta. Eso es «El jilguero», un camino de formación continua, plagado de anécdotas valiosas y, en ocasiones, dolorosas. Pero reales. Así se manifiesta en esta novela de iniciación que, según dicen, tiene mucho de Dickens y que, puedo confirmar, mucho de arte y belleza sutil y, a veces, subliminal. Se me ocurren muchos más puntos fuertes que flojos si me pongo a pensar en la narrativa de esta escritora. Hace unos días oía a la autora decir que había tardado el doble de lo habitual en escribir «El jilguero», que, mientras que para una de sus anteriores novelas había tardado en torno a unos cinco años, a esta le había dedicado la friolera de diez. Y, en ocasiones, mientras se lee la obra, en dos frases uno se da cuenta del tiempo empleado en edificarlas. Porque Donna Tartt es capaz de crear un retrato complejo con esas dos únicas líneas en mitad de un párrafo. En dos frases define un personaje con maestría. Esa habilidad ha sido una de las que me ha enamorado de esta novela. El resto, bueno… Se trata de una novela que te llega, que te atrapa casi desde el principio, marcado por la tragedia; que posee algo de mística y mágica, pero que no desentona con la realidad del mundo que nos envuelve, a veces sórdido y, otras, una imagen contaminada por nuestra propia psique y el entorno. No puedo más que recomendar esta novela. Es larga, sí. Pero merece la pena. A mí, al menos, me lo parece. En esta ocasión me dejé llevar por uno de los comentarios que hacía a modo de crítica uno de los escritores que me gustan (le pese a quien le pese). Stephen King decía en The New York Times (cuyas críticas no siempre aciertan con mis gustos personales, sino todo lo contrario) que «El jilguero es una de esas rarezas que aparecen pocas veces, una novela literaria escrita con audacia, que conecta con las emociones del lector. Un triunfo.» y no sé si lo expresaría del mismo modo, pero sí que es cierto que algo de lo que King dice tiene. Hay muchas más críticas favorables, así que permitidme que la mía se sume a ellas. Siempre desde el cómodo asiento del humilde lector sin más pretensiones que las de divertirse con la lectura de una buena obra. Y, sin embargo, con la ambición presente de adquirir siquiera una capacidad de transmitir tan singular como la de esta autora. Bravo por ella. Me encantó.
Víctor Morata Cortado
EL JILGUERO de Donna Tartt / Título original: THE GOLDFINCH / Traducción: Aurora Echevarría / Editorial: Lumen / Género: Narrativa / Páginas: 1152 / ISBN: 9788426422439 / Año 2014
Apetece.
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A mi me pasa que cuando un libro es tan largo me da un poco de miedo pero no me importa meterle el diente si me va resultando agradable la lectura. Con Ken Follet por ejemplo me pasó,al principio me dio mucho miedo pero después agradecí la lectura.
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