
Hay canciones que suenan igual de bien en boca de distintos artistas.
Hay melodías que timbran igual de bonito en las cuerdas de diferentes violines o pianos… Lo cierto es que la música, de todas las artes, es la más dúctil y maleable en lo concerniente a prostituirse. Una buena canción y una bella melodía precisan de un intérprete decente y de un buen instrumento, para seguir presumiendo de ser una buena canción y una bella melodía.
En la historia de la música o de la interpretación, seguro que hay ejemplos a miles de canciones o melodías que han sido vejadas y maltratadas por unos cantantes irresponsables o pésimos, o por unos músicos poco aptos o virtuosos. Seguro que los hay.
Pero hoy, lejos de hacer crítica sobre nada ni nadie, os voy a recomendar a dos cantantes, a un señor francés con cara de niño bueno y muy muy elegante en su interpretación, y a una guapísima sueca quien, de vez en cuando, interpreta canciones que no le son de “nacimiento” y lo hace de maravilla. De nada sirve contemplar la vida sin permitirse participar en ella, y para mí no hay mejor manera de hacerlo que compartiendo parte de lo que me apasiona.

El francés no es otro que el contratenor Philippe Jaroussky, y la sueca la vocalista del grupo The Cardigans, Nina Persson.
No me avergüenza reconocer que se me ha saltado alguna lágrima escuchando a Philippe Jaroussky cantar unas piadosas arias barrocas, o que viví enamorado de la voz de Nina Persson muchos años de mi tardía juventud… Pero yo lo prefiero así, me quedo con mi desvergüenza y mi ingenuidad y me reafirmo ante ella para no dejar de sorprenderme cada vez que se destape ante mí una obra de arte, sea ésta en forma de voz, como música, en un cuadro, como escultura, en una comida, o en la fina y cuidada prosa de un desconocido escritor novel, por ejemplo.
La música, algo tan básico para el alma como lo es el silencio…
José Antonio Castro Cebrián